Sí, mi querido amigo, mi querida amiga. Es la movilización de la gente la que consigue que las cosas cambien. Así ha sucedido a lo largo de la historia, especialmente en los dos últimos siglos,y así va a ocurrir en los próximos días en el asunto de los desahucios. Muchos pensaban hace meses que era cosa de unos locos la oposición a los desalojos de quienes un día fueron clientes preferentes de las cajas de ahorro y de los bancos, en esa locura colectiva que ha sido la burbuja inmobiliaria de los primeros diez años de este siglo. Se les miraba, en el mejor de los casos, con una sonrisa a medias, pensando que, en fin, eran unos utópicos.  Una parte de la opinión pública se mostraba indiferente, porque no quería ver lo que se avecinaba y porque desde la opinión publicada se trataba de ocultar lo que venía. Pero poco a poco, la constante lucha de las Plataformas de Afectados por las Hipotecas ha conseguido que los partidos políticos mayoritarios, el poder judicial y hasta, ¡oh mi amor!, algunas entidades de ahorro hayan dado pasos para corregir una situación verdaderamente injusta.

No podemos negar que el detonante han sido los intentos de suicidios en Burjasot, o las muertes consumadas de Granada y Barakaldo, golpeando las conciencias de quieres hasta ahora habían permanecido mirando para otro lado.  PP y PSOE se pusieron de acuerdo para reformar la Constitución en tiempo récord en favor de una supuesta estabilidad y analgésico para los mercados. Pero han tenido que ocurrir los acontecimientos de los últimos días para que se sienten a una mesa. Eso sí, quedando en evidencia cuando se ha sabido que en la anterior legislatura hubo varios intentos de cambio legislativo promovidos, entre otros, por Iniciativa per Catalunya y el Bloque Nacionalista Galego, que quedaron aplastados por las mayorías absolutas de la política institucional.

Pues, sí, incrédulos, ha sido la movilización la que ha llevado a que las cosas empiecen a cambiar. En mayo, en la Región de Murcia, más de un centenar de religiosos, religiosas, sacerdotes y misioneros firmaron un escrito en el que reclamaron, «En el nombre de Dios, ¡basta ya de desahuciar a las familias». Las plataformas han conseguido que se aplazasen muchos de estos procesos en el último momento. Incluso los jueces se han visto desbordados por la situación, y han urgido a un cambio legislativo al respecto. ¡Bien!

Pero como digo, ha sido la movilización la que ha permitido cambiar el statu quo. Muchos trabajadores piensan que manifestarse el Primero de Mayo no tiene sentido, pero la historia reciente ha demostrado que las conquistas en derechos laborales y sindicales se han alcanzado con huelgas y manifestaciones. Como la que tenemos esta semana, el #14N, aunque nuestros jefes nos digan, con una sonrisa cómplice con lo que sucede -y como a mí me ha pasado hace menos de 48 horas-, que de qué va a servir la huelga del miércoles. Pues de mucho, queridos incrédulos. ¿De qué sirvieron las protestas de las sufragistas para alcanzar el voto femenino? ¿Y de los negros estadounidenses para lograr la igualdad de derechos? ¿O la lucha no violenta de los indios con Mahatma Gandhi contra el aparato de Su Graciosa Majestad? ¿Y las protestas antifranquistas en la España que desembocó en la transición? ¿Y la de los jornaleros andaluces? ¿Y las del movimiento gay? ¿Y la de los objetores de conciencia y los insumisos? ¿Y la de los ecologistas para colocar el presente y el futuro del planeta en el centro de la agenda política?

No creo que hagan falta más ejemplos, pero los hay a montones. Y a esos torpes me gustaría decirles en estos momentos que las cosas cambian cuando no nos quedamos en nuestras casas. Cuando no somos indiferentes al dolor ajeno. Cuando nos creemos que en cada uno de nosotros hay una fuerza que es capaz de transformar la realidad. Por mucho que traten de hacer ver que los esfuerzos no sirven para nada porque hay unas fuerzas ocultas que mueven los hilos del mundo… Y nosotros somos poca cosa. Quizá muevan algunos, pero cuando tiren pueden encontrarse en el extremo del ovillo a todos y cada uno de nosotros. Y la sorpresa será,como ya es en muchos casos, mayúscula.